En su nuevo juego de maletas había una sorpresa que se retrasó varios años. Lo que yo no sabía era que mi madre iba a hacer, después de nuestro viaje a Córdoba, un jardín de gitanillas.
Sorpresas, sorpresas te da la vida. Hace solo una semana los 27º asolaban Segovia. ¡Por fin primavera! En la Plaza Mayor la nueva estación decía: “aquí estoy yo”. Fugaz. Así fue esta primavera de abril. Fugaz. Hoy estoy en mi balcón, mirando la calle nevada, las mismas bufandas de enero y febrero, mientras Koba juega en el suelo con las zapatillas que robé este otoño a mi padre. “Tendré que volver a sacar las botas altas”. Abril siempre me engaña.
Me gusta el invierno. Me gustan los abrigos a partir de noviembre, los gorros y los guantes de cuero. Me divierte la nieve, ensuciarme justificadamente saltando charcos con Adri; también dormir bajo unas cuantas mantas y llenar el cajón del armario con calcetines altos de lana. Me encanta el café caliente.
Me gusta el invierno; pero me gusta hasta el 1 de abril. Quiero desempolvar “las cajas del buen tiempo”, como dice Marina; sentirme ligera, sentarme en una terraza en manga corta, aumentar un tono el color de mi piel, estrenar mi bolso Wash Vegetal o el último Porta-móviles de Nylon que me he adjudicado, además de exprimir el nuevo escaparate primaveral de Mi Piel. Todo eso quiero, y más. En cambio, aquí estoy, presenciando el nuevo invierno. Y sí… Mi mente empieza a divagar. “Como siempre”. Suena el eco de mi hermana.
De viaje al Edén
Hace un año, a estas alturas, estaba haciendo mi dossier de viaje a Córdoba. Ese año tenía claro cuál sería el regalo para el Día de la Madre. “Algún día iré a la Fiesta de los Patios de Córdoba”. “¿Cuándo podré ir yo a la Fiesta de los Patios de Córdoba”. “¿Será el año que viene el que consiga ir a la Fiesta de los Patios de Córdoba?”. “Otro año que tampoco vamos a la Fiesta de los Patios de Córdoba”. Año tras año, la misma conversación. No sé por qué tardé tanto en preparar esto.
Como todos los primeros domingos de mayo, mi madre y yo tomamos el aperitivo juntas en el Restaurante José María. Siempre le doy su regalo entre chato de vino y torreznos. ¡Cómo nos gusta disfrutar aquí de los buenos momentos! El año pasado elegí para ella un juego de maletas El Potro Ocuri que venía con sorpresa. En el neceser del equipaje, un sobre con un mensaje: “Este año sí hay Fiesta de los Patios de Córdoba”.
Allí nos plantamos.
Córdoba es una ciudad maravillosa y, mucho más, si la visitas en primavera. Sus calles huelen a geranios, gitanillas y azahar. Da igual por donde vayas: Mezquita – Catedral, Medina – Azahara, el Alcázar de los Reyes Cristianos, el Puente Romano sobre el río Guadalquivir (uno de los más bonitos de España), Plaza de la Corredera, La Judería, la Muralla y sus puertas o el Palacio de Viana. La ciudad tiene un color especial, la mires por donde la mires.
Y, ¿qué pasa si entras en una de sus 50 casas-patio? Que conoces el paraíso. Los vecinos abren las puertas de sus casas para mostrar sus patios y dejar, así, que nos adentremos en otro mundo. ¡Gracias! Un mar de flores y plantas aromáticas te envuelve con una fragancia que cuesta olvidar. No había, entonces, mejor artículo que llevar puesto que la Bandolera Tropical de Noco Complementos. A juego con la primavera, en absoluta consonancia con el entorno. Recuerdo perfectamente cómo la dueña de una de las casas-patio del Barrio de la Judería se fijaba en él mientras nosotras contemplábamos su jardín del edén. “Me encanta tu bolso, Clara. ¿Clara te llamabas, verdad?”. La pregunta iba a caer y cayó. “Estás de suerte. Mi madre y yo tenemos una tienda boutique en Segovia con artículos de piel de primera calidad que también vendemos online. Todavía nos quedaba alguno de estos”.
Menos mal que en esta familia siempre hemos sido de grandes maletas. Vayamos donde vayamos, cojamos un avión o un tren; viajemos fuera o dentro del país. Hacía solo unos días se había celebrado la Feria del Libro de Córdoba en el Bulevar del Gran Capitán, y aún quedaba cierto regustillo a literatura por muchas de sus calles. Ahí estaba yo, preparada y con un hueco reservado en mi maleta para cargarla con clásicos de esos que huelen a años y, en Córdoba, también a azahar. Qué sería de mí sin las grandes maletas.
Gracias Louis Vuitton…
… Aunque esa sea otra historia.
Por cierto. Mi madre tiene ahora, colgando de su balcón, varias gitanillas. Semillas que le dió aquella mujer de la Judería. Y ella tiene un precioso bolso tropical que, seguro, pasea también esta primavera por Córdoba.